¡Ojú con el vecino!
No hace mucho que llegó al barrio pero, en este corto espacio de tiempo, se ha ganado los corazones de sus gentes. Gentes sencillas y trabajadoras conocedoras que, desde su llegada, el "nuevo vecino", escucha también todas las oraciones, y todas aquellas plegarias, que nuestra Señora de la Fuensanta Coronada recibe. Ella, que lo tiene cogido sobre su brazo, y su mano firme le sirve de apoyo al Niño que la acaricia, te recuerda que no puedes irte del santuario sin darle las gracias a Él que es quien, realmente, todo lo puede, Ella, Madre de Dios, siempre ha sido nuestra mediadora.
Su nombre, no podía ser otro, es Jesús. Su apellido, Bondad. Desde su casa, el santuario, del que no sale por cualquier motivo, llena las casas del barrio de esa tendencia natural suya para hacer el bien, llenándolas de esperanza, de fe y de caridad. Ayuda, con su Verdad, a mitigar todas aquellas necesidades que el barrio tiene. A Él no le hace falta ninguna ayuda humana que sirva para acrecentar el egocentrismo personal. Él, comunica a aquellos que quieren escucharlo lo que deben hacer, y les proporciona un éxito seguro.
Ayer salió a la calle. Salió para realizar, por sí mismo, la primera misión que les encomendó a los doce primeros suyos: evangelizar. Ayer, en su salida, nos invitó a todos a compartir "su camino", nos reunió para que participáramos de su "bondad" y para recordarnos que, aunque "lo neguemos", Él siempre está disponible para nosotros. La fe, no siempre es alegría, también es dolor y Ėl de eso, sabe. Él conoce la negación, la traición y la incomprensión humana, esos fueron los motivos de su llegada, la razón de su encarnación.
El barrio y el resto de nuestra ciudad, acudieron a la cita. Nunca caminó solo. Se concentraron, a su llamada, una cantidad ingente de personas que resultó, no una sorpresa, pero sí un nuevo impacto muy positivo. La pro-hermandad de la Bondad está haciendo muy bien su labor. Digna de elogio y admiración, han decidido aceptar el "camino" que Ėl les ha marcado reflejándose en el cariño que ofrecen sus hermanos cuando alguien nuevo llega, estando prohibido sentirse un extraño. Me han enseñado que para ser "grande" no se necesita tiempo. El tiempo, en este caso, es un requisito humano que hay que cumplir para otorgar un título que por sus actos se han ganado de sobra. Me han mostrado, con su párroco al frente, mi amigo Ignacio Sierra Quirós, lo difícil que pueden ser los comienzos y me han ayudado, sin saberlo ellos, a darle un nuevo significado a mi hermandad de cuna y de vida.
José Rafael López Blancas
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