Y vosotros, ¿quién decís que soy?





Es la pregunta que, a lo largo del tiempo, Jesús plantea al hombre una y otra vez. Él desea que lo conozcamos, pero ¿estamos dispuestos a quererlo conocer? o ¿nos conformamos con tener solo una idea y que esta sea una idea meramente personalista? La pregunta, siempre ha estado, está y estará de actualidad. La fragilidad de las personas nos convierte en seres temporales. Él, en cambio, en su revelación de Dios, es eterno. A través de la revelación, acontecimiento que se realizó una vez y se sigue realizando continuamente por medio de la fe, se instaura una nueva relación entre Dios y el hombre. Dios mismo se nos entrega.

En los tres evangelios sinópticos aparece la pregunta. En los textos, se nos indica que habían estado durante un tiempo en Galilea y solamente Marcos nos indica -con claridad- el lugar donde Jesús hizo la pregunta: «Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo» (Mc 8, 27). Esta dirección, es el comienzo del  camino hacia Jerusalén, lugar donde se cumpliría el destino de Jesús. En los sinópticos aparece también una cuestión que con anterioridad Jesús realiza a sus discípulos durante el camino: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Las respuestas de la gente y la de los discípulos son, evidentemente, distintas. 

La gente lo interpreta desde su propio pasado, como algo que es posible porque, con anterioridad, ya lo han visto, aunque el mensaje que reciben es parecido, lo entienden distinto y las enseñanzas que perciben son peculiares; lo interpretan desde ellos, desde su conocimiento, desde su experiencia. No alcanzan a hacerlo de otra forma, no lo pueden entender a partir del mismo Jesús, ya que no lo pueden encajar en ninguna categoría conocida; son aquellos que simplemente escuchan y no acompañan. Lo comparan con Juan el Bautista, con Elías, con Jeremías o con cualquier otro profeta tan habitual por entonces. No pueden llegar, por sí solos, al verdadero Jesús, a su esencia, a su novedad, a su Verdad . En realidad, no le conocen.

En los tres evangelios, ante la cuestión que Cristo les plantea sobre su opinión, Pedro contesta por los doce, siendo su interpretación unánime en todos ellos. Jesús «llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él» (Mc 3, 13-14). En este contexto, Marcos señala el momento que impulsará la diferenciación de la respuesta de Pedro en nombre de todos ellos. Según Mateo, la respuesta de Pedro fue: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16); según Lucas: «El Mesías de Dios» (Lc 9, 20) y en Marcos: «Tú eres el Mesías» (Mc 8, 29). Los tres describen la respuesta de Pedro de la misma manera.

El conocimiento, o el desconocimiento, de Jesús implica la diferencia de las respuestas. La gente lo entiende a su manera, a su forma: sólo escuchan, no acompañan; los apóstoles, en cambio, lo conocen; están en disposición de ser el comienzo de la nueva familia de Jesús: la futura Iglesia. Su conocimiento aceptado, les proporciona un conocimiento más profundo de Dios, están unidos al discipulado, al camino compartido con el Verbo.

El análisis que la gente hacía de Jesús es muy similar al que hoy en día nos encontramos. Hay gente que lo incluye en el mismo grupo de personajes, que por su importancia en la historia, pueden ser definidos y explicados; lo encajan como una figura histórica fundador de una religión con una profunda experiencia de Dios. Incluso habiéndolo conocido -de alguna forma- y habiéndolo estudiado, son capaces de reconocerle "un talento religioso" permitiéndole así el poder hablar de Dios a otros hombres que no poseían ese talento, y de esa forma involucrarlos a su experiencia de Dios. Quien acepta a Dios por medio de esa experiencia talentosa, está permitiendo que su criterio, y solo su criterio, sea el juez de su decisión. En este tema, poco se ha cambiado.

En la antítesis, se encuentran las tres confesiones petrinas que aparecen en los sinópticos. Hay teólogos que consideran la respuesta de Marcos, «Tú eres el Mesías» (Mc 8, 29), como la respuesta judía  por antonomasia. De acuerdo con las ideas de la época, Pedro interpreta -en ese momento- a Jesús como un Mesías meramente político, explicando así, por tanto, su actitud de oposición al anuncio que Jesús hace de su pasión: «Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo» (Mc 8, 32). Ante esta oposición de Pedro, Jesús lo rebate con una tajante negación: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc 8, 33). El Pedro hombre, en ese momento, no puede comprender, por sí solo, que después, en el proceso ante el sanedrín, Jesús no era ningún representante del mesianismo político, sino que ante los miembros de este y ante Caifás se presenta como lo que es: el Hijo de Dios, algo realmente inaceptable para el monoteísmo judío.

La revelación de Dios en Jesús, es el gran acontecimiento que hizo a la antigua Iglesia Apostólica, a pensar en la identidad de Jesús a partir de YHWH (1) .

José Rafael López Blancas 


(1) Yahvé  es el nombre del Dios estatal del antiguo reino de Israel y, posteriormente, del reino de Judá. Su nombre se compone de cuatro consonantes hebreas (YHWH, conocidas como el Tetragramatón) las cuales fueron reveladas por Moisés a su pueblo.


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